180 días
- Laura Iñigo
- 19 sept 2020
- 6 Min. de lectura
180 días de encierro voluntario, aquí nunca nos han obligado a encerrarnos, es responsabilidad y posibilidad de cada quien. Los que pueden se encierran y los demás se cuidan, o eso esperamos.
180 días es casi medio año. Pienso en los que nacieron en febrero, no se dan cuenta de nada pero llevan toda su existencia encerrados. Los niños de dos años llevan un tercio de vida guardados. Y los que tienen 90 años quizá sea su último año, no quiero seguir...
Esto va para largo así que el maldito virus nos va a arrebatar un año, si nos va bien, de nuestras vidas. Hay gente que dice que no nos ha quitado nada, yo me siento estafada, tengo menos vida social, menos planes, menos viajes y menos dinero. Me ha quitado mucho y eso que soy de los afortunados de este planeta. Lo que sí ha aumentado es la incertidumbre, la frustración y la impotencia de todo ante la nada.
Es la primera vez desde mi adolescencia que no sé bien a dónde ir, España está en pleno rebrote, no se sabe si los vuelven a confinar. En México, en donde llevamos unos meses de retraso, están cambiando los semáforos de color y me temo que en diciembre volveremos a semáforos rojos. Todo es un laberinto de incertidumbre, no quiero imaginar cómo se sienten los políticos, seguro los sentimientos son los mismos, los españoles, los mexicanos y los de casi todos los países. Los gobiernos, excepto Trump y sus secuaces, se sienten frustrados al ver que a pesar de sus esfuerzos la gente no obedece y toma todo a la ligera, y entonces los culpan a ellos por sus malas decisiones, no dudo que haya habido errores, pero culparlos por los obesos o la falta de infraestructura hospitalaria es no tener madre y no tener memoria. En el caso de España ni que hacer si la gente hace fiestas y los botellones están en aumento, y ni que decir sobre las marchas anti mascarillas. Se confía en el "buen" criterio de la gente y ahí es donde fallamos, no todos son listos ni buenas personas. En resumen, no se puede culpar a los gobiernos de todo, excepto al de Trump.
Les contaré esta breve historia para reforzar lo que digo arriba. Hace una semana nos encontramos a una señora que caminaba con mucho dificultad acompañada de una niña de unos 10 años. No pedía limosna, su aspecto era muy limpio y muy digno. Pilar les compró agua, tortillas, frijoles, queso, aguacate y algo más, no habían comido, nos contó que ella siempre había trabajado limpiando casas y cocinando, que había tenido un accidente al bajar de un transporte público y se había destrozado la pierna, que su patrona no quiso pagarle nada y la despidió, que su hijo se quedó sin trabajo porque el #COVID19 cerró el restaurante donde trabajaba, que su hija tenía que ir a casa de una vecina a ver la tele para la escuela, que vendió su teléfono y que estaba enojada con este año porque nunca había llegado a esta situación tan extrema. Nos destrozó el alma, hicimos lo que pudimos para ayudarla. Su situación, que seguro es la de muchos, no es culpa de López Obrador o de López-Gatell o de Pedro Sánchez o de Fernando Simón, esto tiene que ver con la gente miserable que hay en este mundo y con un virus que es clasista y que pega a los más vulnerables.
La oposición es la que culpa de todos los muertos a los gobiernos de todos lados, insisto, a la única que sí le doy la razón es a la de Estados Unidos, ahí votaron por un virus hace unos años y es tal cual el #COVID19, es clasista y arrasa con los más vulnerables, es despiadado y no hay manera de aniquilarlo fácilmente.
Sería genial tener una vacuna contra Trump y otros de su calaña como Gilberto Lozano por ejemplo, no puedo creer que exista un movimiento como #Frenaa que no tiene argumentos y que son liderados por un tipo tan agresivo, homofóbico y clasista como el señor Lozano. ¿Son tan ignorantes como para no darse cuenta quién los lidera? Este hombre tiene además, trastornos clínicos severos, si no me creen busquen algún video de sus desplantes y saquen sus propias conclusiones. Usarán el mismo argumento para atacar a AMLO, y no, no digo que les tenga que gustar el Presidente, pero sí sería bueno que vean las grandes diferencias entre estas dos personas. Una cosa es ser de derecha y otra ser miserable. Y hablando de calañas, ahí tenemos a los "intelectuales" con su carta. Matenme pero no veo mucha diferencia entre ellos y los de #Frenaa o están a dos rayitas de alcanzarlos. Los que firman la carta acusan al Gobierno de censura cuando pueden publicar todos sus desplegados en donde quieran (el chiste se cuenta solo), estos personajes que se quedaron sin su hueso y recibían su buenas tajadas del erario para seguir alabando al presidente en turno, que han vivido literalmente del cuento, ahora que no tienen dinero y como les metieron una sanción administrativa por falsificar documentos oficiales, se autonombran víctimas de la censura. Y me pregunto cuántos de ellos alzaron la voz cuando sí se vivió la censura cancelando programas como el de Aristegui y Gutiérrez Vivó por ideología, tantita madre por favor.
En lo personal yo voy de la mano con la situación del virus en estos momentos, los contagios bajan y suben y mis estados de ánimo también. He pasado por momentos de frustración, de sentirme excluida y engañada, he tenido un ataque de celos con la misma furia de las tormentas de verano que he gozado tanto en esta ciudad, he gritado y he llorado. También he reido y me he emborrachado y he tenido momentos de lucidez. He tomado las riendas de muchas situaciones en donde he ejercido un cierto liderazgo que ya extrañaba. Creo que como todos, he tenido días buenos y malos, la diferencia es que en el encierro se siente más intenso lo bueno y lo malo. Lo que sí he comprobado es que no quiero estar cerca de gente tóxica y mucho menos de la miserable, así sean cercanos por sangre o por amistad de años. Me quedo con quien se conmueve hasta la lágrima al ver la miseria de otros y con quien se ofende cuando vemos las cruzadas de algunos "iluminados" que se creen con el derecho a despojar a la gente de lo que sea, su libertad, su salud, su seguridad, etc.
He retomado el ejercicio. Me parece que el salir a correr me da esos momentos meditativos que sin querer me abren una puerta en donde surgen los anteojos del interior. Es como tener una máquina de rayos-x. He podido verme al espejo que te saca lo de adentro, el que te deja ver tus miedos y tus complejos, tus destellos de belleza interior, pero sobre todo lo oscuro, lo que no brilla, lo que opaca cualquier otra luz por muy grande que sea. No quiero hablar de caminos ni de vidas interiores, o anteriores, casi todo lo que he visto en ese espejo lo conozco pero no se me da la gana verlo, no es que no sepa que tengo impulsos o enojos, es que a veces no quiero verlos. Al único camino que le agradezco hoy es al que piso cuando corro, me encanta salir, sudar y respirar la contaminación de mi gran ciudad. Además, me quita la culpa de lo que he comido en esto meses, y es que este país es tan rico y tan difícil de resistir, me he deleitado con todo tipo de antojos mexicanos que me han pasado por la cabeza y ahora están depositados en mis caderas. Hay que correr más para seguir comiendo, ni modo, tengo mentalidad de gorda.
Y hablando de comidas y gorduras debo decir que ya empecé a salir un poco, ya ví a unas amigas y a una hermana. Me cuesta convivir, me frena el miedo al contagio, respeto la distancia pero a veces los demás no lo hacen, estoy paranoica lo se. Nada queda de la intrepidez inconsciente de la que tanto me he sentido orgullosa algunas veces. La edad te la va quitando poco a poco, y el #COVID19 ha acelerado el proceso.

No sé si el estar tanto tiempo encerrada me ha agudizado la observación o se me sensibilizó el corazón, no sé si fue coincidencia o se debe a esa sensación que sufrí de sentirme una descastada a la inversa, pero en mi segunda salida "social", presencié esta historia que me conmovió.
Mientras espero a mi hermana en un café, veo a una pareja de unos 70 y pico de años en otra mesa. No hablan mucho, él se levanta, supongo que al baño, y ella aprovecha para prepararle el café como a él le gusta. Por fin llega mi hermana y mientras me habla de sus cosas, veo que la señora de esa mesa se levanta. Mientras está ausente llega el desayuno y el señor le quita la cebolla a los chilaquiles, él sabe que no le gustan. Y yo pierdo el hilo de la conversación y pienso en que ese amor es viejo y sabio, es el que se ha alimentado con la cotidianidad y la complicidad, ellos son de los que se acompañan y se cuidan con estos pequeños detalles, saben que aunque uno no esté, el otro lo seguirá cuidando. Y me pregunto si realmente importa pasar 180 o 300 días encerrado si sabes que no estás solo/a y que alguien te tomará en cuenta y serás parte de ese gran mundo que es solo de los/las dos. ¿Se necesita algo más? Si, seguro que sí, pero no mucho más.
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