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La Costa Azul y la Bella Italia

  • Foto del escritor: Laura Iñigo
    Laura Iñigo
  • 9 jul 2015
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 4 abr 2020


Llegamos al Mediterraneo por Niza y paramos en una playa para que mis compañeras de viaje mojaran sus pies, yo no quise, nunca me han gustado estas playas llenas de piedras, me quedo con las nuestras de arena fina aunque termine cargando arena en los lugares más recónditos de tu cuerpo por varios días.

Decidí irme en shorts y tenis para la ruta hasta Mónaco, los 35 grados lo ameritaban, y mis pantalones de moto de verano han sido de gran utilidad, con un zipper a la altura de las rodillas te quedas como para ir a la playa. Por supuesto me quemé las piernas y ahora tengo dos tamales rojos en lugar de pantorrilas, la típica quemadura de alemán inconciente, que existen aunque no lo crean, en su primer día de playa. Ay vida mía, parezco nueva.

Seguimos nuestra ruta por la Grande Corniche, que para mi gusto es de las más bonitas aunque la Moyenne y la Basse tienen su encanto. Lo disfrutamos mucho a pesar de las curvas y de ver como manejan los moteros en estas tierras. Pasamos por mil casas de lujo con sus vistas privilegiadas, nos rebasaron ferraris, maseratis, teslas y todo tipo de BMW y mercedes de lujo, descapotables, con gente bonita como dicen por ahí.

Llegamos a Monaco y a pesar de un tránsito infernal, disfrutamos de sus vistas, sus calles con edificios majestuosos y, otra vez, su gente elegante. Nos paramos en un súper para comprar agua y conseguir cambio ya que decidimos irnos por la autopista hasta Génova, nuestra ignorancia nos hizo pensar que pagaríamos con monedas que no teníamos al llegar a la caseta de cobro.

La autopista de Mónaco a Génova te lleva por las alturas siempre viendo el mar y pasamos pueblos italianos con mucho encanto. El único problema es que al ir tan relajadas a una velocidad media de 120 km/h y sin curvas pero con miles de túneles, es que nos dio mucho sueño así que paramos a tomarnos un cafe en una estación de servicio de las que hay una cada 10 km.

Llegar a Génova y toparte con miles de motos que manejan con una prisa desesperada despierta a cualquiera. Fue un tremendo reto pasear por la ciudad cuidándote de motitos que te rebasan por todos lados. Ademas de estas motos infernales, tenemos a los conductores de autos que algunos manejan como las motos y otros como si estuvieran pasmados, una combinación letal.

Para rematar el día, me dí cuenta muy tarde que nuestro hotel estaba a casi una hora de Génova, nos metimos tierra adentro y subimos una montaña para encontrarnos con un camino rural que terminaba en la nada, el GPS nos había jugado una de las suyas y nos habíamos trepado a la montaña equivocada. Por fin llegamos al hotel que estaba en otra montaña y para variar sin comer, esta vez no había ni maquinitas para sacar paellas, la bolsa de cacahuates que guardé para una emergencia fueron mi salvación.

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