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Ruta por los Pirineos día 2

  • Foto del escritor: Laura Iñigo
    Laura Iñigo
  • 10 ago 2021
  • 4 Min. de lectura

Formigal


Cualquiera puede pensar que es una tontería regresar por la misma ruta por la que veniste pero a veces no hay opciones y lo que he descubierto es que el paisaje es otro, no es lo mismo lo que ves de ida que lo que ves de regreso. Nosotros acordamos en no pisar Francia y para evitar cruzar fronteras tuvimos que retroceder sobre el camino andado. El paisaje cambia totalmente, las horas son diferentes y entonces es un viaje más, no es un retroceso, al contrario, aumentan los paisajes y las viviencias.

Por primera vez fui líder de ruta, me lo pidieron por llevar el camino trazado en mi teléfono y yo me puse nerviosa, tanto que me salté un semáforo que había de obra justo al salir de Vielha, mi cagada de novata, que vergüenza. Ya después de ese momento me sentí bastante bien llevando la delantera. En algún momento tomamos otro camino, claro está, y pasamos por el Congosto de Obarra en Huesca, un desfiladero de montañas moldeado por el río Isábena que nos permitió admirar tanto paisajes naturales como lo hecho por el hombre. Pasar los túneles mirando el río a un costado y las paredes de las montañas saliendo de la oscuridad de esos corredores iluminó mi mañana.


Pero lo mejor estaba por llegar, el Cañon de Añisclo, la cereza del pastel de la ruta de ese día nos esperaba lleno de turistas. Esa fue uno de los horrores de esta ruta, la cantidad de turistas, pero es inevitable en pleno agosto y más después de una pandemía. En cuanto entramos a la ruta les pedí que fueran por delante para poder grabar con la cámara. Sin dudarlo puedo decir que es uno de los paisajes más increibles que he visto en moto. El camino es muy angosto y de un solo sentido, tienes una pared de montaña en un lado y en el otro un cañón estrecho y muy profundo con montañas muy altas.





Al llegar al final subimos un poco mas hasta llegar a un pueblo en la cúspide de la montaña con unas vistas maravillosas, ahí volví a liderear al grupo y cometí otra cagada más, me metí al pueblo siguiendo al google maps y me llevó por una calle muy estrecha donde mi moto ya no pudo subir más y se inclinó sobre una de las paredes, algunos vecinos nos gritaron de todo, otros se reían de mi torpeza, yo solo intenté sacar la moto de ahí con la mejor compostura posible aunque en realidad quería desaparecer de la vergüenza. Lo bueno de este grupo de moto es que son solidarios y estuvieron conmigo todo el tiempo, ya luego se rieron de mi como es debido.

Por fin bajamos a Sarvisé, un pueblo en el Valle de Broto en el pre-Pirineo, paramos en el primer restaurante que vimos y le atinamos, la carne a la brasa del Melíz es de lo mejor de la zona. Los platos vastos y buenos, la carne enorme. Quiero volver aqui y de ser posible quedarme en algún hostal porque me encantó el pueblo, no tiene nada en particular excepto las vistas, y es Aragón, la comarca de mi abuelo materno. Es por estas rutas que me surgió la duda de si mi abuelo había llegado a estos lugares y lo que pensaría al saber que su nieta, mujer y mexicana, se recorre la comarca en moto.

Retomamos nuestro camino hacia Formigal, otra vez a subir y a encontrarnos con las montañas de frente, esta vez, por alguna razón, yo sentí que subimos demasiado y sí lo hicimos, llegamos a 5 kilómetros de la frontera con Francia. El pasisaje espectacular pero no todo podía ser tan maravilloso, a la entrada de Formigal, la moto de Carmelilla tuvo un percance, ya no podía cambiar de marcha, la moto se había atascado en segunda y no había manera de sacarla de ahí. Llegamos al hotel y despues de hacer el checkin nos pusimos a la labor de apoyar a Carmelilla, digo apoyar porque no había nada mas que hacer, solo tocaba esperar a que llegara el seguro que enviaba un mecánico, o eso creíamos, pero en realidad envían una grúa que solo ofrece llevarse la moto a un taller o al lugar de residencia del propietario, es decir a Hospitalet.

A todos, o debo decir, a casi todos nos entró el pánico, no sabíamos cómo arreglar el problema y si teníamos que volver con ella o llevarla a un pueblo vecino a que tomara un bus, no teníamos idea de nada. Por algún lado llegó otro motero, un chico catalán de Vic que viajaba solo y revisó la moto, tal como todos lo habíamos hecho, como si supiéramos de mecánica, pero el chico se ve que tenía manitas y entre él y el de la grúa al que se ve que terminamos por darle pena, pudieron hacer una chapuza que nos salvó el viaje. Yo quería llevarme al chico a San Sebastian, por agradecimiento y sobre todo como refuerzo en caso de tener otro percance.

Pude comprobar varias cosas en ese momento:

1) Que la camadería entre motos es maravillosa y fundamental, nadie te deja tirado en el camino.

2) Que más vale reservar a tiempo hotel a lamentarse por aventurero. El chico de Vic pagaba más del doble de lo que nos había costado a nosotros el hotel por no reservar con anticipación.

3) Que en momentos de problemas te das cuenta con quien viajas. Aquí tuvimos el primer signo de uno de los del grupo que no se movió del bar. Repito, no es que supiéramos de mecánica, pero por lo menos estábamos con Carmelilla en el apoyo moral.

Esa noche celebramos y nos fuimos a cenar al pueblo después de tomar varias copas en la terraza del hotel que tenía unas vistas espectaculares.


Rodamos 200 kilómetros en aproximadamente 4 horas en movimiento y 8 horas total, de nuevo mucho tiempo pero el camino es el que importa y es ahí donde se disfruta todo.

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