Un paseo por el Valle del Chianti
- Laura Iñigo
- 10 jul 2015
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 4 abr 2020

Carlo, nuestro anfitrión en la casa rural Acquaprieta nos trazó una ruta para recorrer algunos pueblos del Valle del Chianti con caminos maravillosos.
Comenzamos por Panzano tomando la Strada Provinciale 118 que nos regaló una de las vistas más bellas de todo el Valle desde las alturas. Este pueblo tiene una iglesia con un altar peculiar, que no es bonito pero me imagino a todo el pueblo participando como modelos para la pintura, júzguenlo por ustedes mismos.

Nos tomamos una coca en una cafetería local y conocimos un mexicano llamado Brian que estaba pagando su casa en ese lugar. En su conversación, no dejó de repetirle al dueño que éramos unas chicas con dinero y que él era humilde y había nacido en el centro del DF, lo sentimos un poco resentido pero simpático. Pilar que observa detalles y no se le va uno, concluyó que estaba ahí porque se había enamorado del dueño del bar que tenía unos años más que Brian y en la fantasía de Pilar, llevaban un affair con mucha discreción. Me parece que es más extraño encontrarse un mexicano viviendo en un pueblo italiano que uno que se llame Brian. ¿Dónde quedaron los nombres castizos heredados de la conquista y la colonia como Diego o Isabel? ¿Dónde están los nombres autóctonos como Xóchitl y Citlali? Ahora ya todos se llaman Jonathan, Cristopher o Brian y Britney. ¿Qué sigue?
Saliendo de Panzano nos fuimos a un pueblo medieval de 4 casas que claramente vive del turismo, de esas casas 2 son restaurantes y la otra es una tienda de vinos, se llama Volpaia y es muy bonito, decidimos comer ahí porque conociendo a los italianos ya no te sirven en ningún lado a partir de las 3 de la tarde.
A causa de la combinación del GPS de google maps y de mi absurda altivez y seguridad de siempre creer que conozco mi ubicación, nos perdimos por unos caminos en las colinas que, a pesar de ser bonitos tenían su dificultad de curvas que nos tensaron a Pilar y a mi. Para colmo, nos pasaron las motos de los locales a mil por hora que, siendo sábado, aprovechan para sacar sus bólidos japonezas y te revasan con la maldad de sacarte un susto, pegaditos y a toda velocidad.
Llegó un momento en que las dos queríamos dejar la moto en el próximo pueblo y tomar un camión de regreso a la comodidad de nuestra casa rural.
Llegamos hasta Monteriggioni y no nos quisimos bajar de la cantidad de gente que había visitándolo, nuestro humor no cambió hasta que paramos en una gelateria. No hay nada que no se resuelva con un helado de chocolate italiano.
Volvimos a casa en calidad de bultos a las 6 horas de haber salido, despues de haber recorrido 150 kilometros con pocas paradas. Yo que venía a descansar....

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