Cuando llagamos a Budapest nos dimos dos vueltas en las motos por los puentes, todo se debió a una equivocación mía al no tomar la primera salida. Cuando no concoes una ciudad y vas manejando cometes estas tonterías varias veces, a veces el gps te da una alternativa que permite que nadie se de cuenta que la regaste feo, pero otras de plano te deja en ridículo y esta vez de una forma digamos que imperial, cruzamos el puente de la Libertad, nombrado anteriormente el puente Francisco José en honor al emperador que dió el primer golpe al hierro fundido, lo equivalente a poner la primera piedra que en este caso y por obvias razones no aplica.

Llegamos a un departamento muy céntrico y muy moderno en un edificio antiguo, estamos encantadas y es una pena que nos vayamos mañana.

El edificio es de los que tiene patio interior.Digamos que es una vecindad de las de antes ¿no?

Y nuestro anfitrión nos permitió meter las motos al zaguán. ¡Uff! Esta palabra no la usaba desde hace años, cuando mi abuela vivía en San Angel y nos mandaba a jugar al patio sin acercarnos mucho al zaguán.

Esta vez hice un amigo húngaro con el que cruzé solo dos palabras: gracias y hola. Sin hablar mucho, me sentí agradecida con este señor por tomarse el tiempo de avisarle a Edith, quien me hizo favor de bajar a buscar mis llaves, que no era bueno dejarlas así a la vista. Cuando bajé le di las gracias y le di unas monedas sin percatarme que son euros y no florines, ojalá pueda cambiarlos. Desde entonces, cada vez que me lo cruzo en esa banqueta nos saludamos con una inclinación de cabeza. Estuve tentada a sentarme y hablar con él esta tarde pero regresé muerta de calor y con una cerveza enorme adentro que me solo me hacía pensar en llegar al baño. Nos hemos saludado unas 4 veces y siento que me estoy perdiendo mucho por no hablar con él, igual no habla inglés, entonces tendría que resignarme a acompañarlo con una cerveza y contemplar la ciudad como lo hace él. Esta es su vista.