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Bajando

  • Foto del escritor: Laura Iñigo
    Laura Iñigo
  • 29 ago 2015
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 4 abr 2020


Por fin salgo de Paris, el mecánico que revisó la moto le cambió los frenos de atrás y me diagnosticó el problema, es una falla del cable conductor del ABS pero que no afecta al sistema de frenado, ofrecieron cambiarlo pero tomaría dos semanas más así que le pregunté si podría regresar con focos prendidos a Barcelona y me aseguró que sí.

Empiezo a bajar por Francia hasta Clermont-Ferrand, me aviento 6 horas para llegar a un hotelucho de medio pelo cerca del centro y me doy cuenta que traigo el pie hinchado y morado, me duele al caminar, apenas lo puedo apoyar. Estoy coja. Lo estaba un poco desde ayer pero no le di mucha importancia, solo era un dolor en el arco de la planta del pie izquierdo. El dolor me duró todo el día y llegamos a la conclusión de que se debió a la ayuda que le presté a mi cuñado para sacar unas puertas de un clóset a la calle, las bajamos por una escalera de caracol y seguramente me apoyé de más en ese pie. Mi cuñado, que es osteópata, me dio unos jalones esa noche y me acomodó unos huesos. Al día siguiente, antes de dejar a Pilar en el aeropuerto y tomar carretera, se me cayó la moto al tratar de bajarla del pedestal, perdí el equilibrio al no poder apoyar bien el pie. Aparentemente la postura del pie en la moto agravó el dolor, tengo un moretón que va del arco al tobillo y la hinchazón me provoca dolor en toda esa zona.

La indicación de mi cuñado/doctor fue ponerme hielo pero como en este continente parece que no existe, opté por amarrarme un trapo de agua fría alrededor del tobillo. Me pidió que comprara árnica y yo por mi cuenta me auto receté un par de aspirinas que siempre ayudan con el dolor de las articulaciones. Ahora viajo con mi kit de recuperación que incluye el líquido "rescue" que me dio mi hermana de su terapia cromática. Menos mal que este tour lo hago ahora y no en unos 5 años, no se si aguantaría tanta friega.

Anoche, por primera vez en estos casi 3 meses, me sentí sola y miserable. Se juntó todo, el hotel de medio pelo, el barrio deprimente, el caminar coja con un pie morado, el haberme quedado sola después de varios días y algunas conclusiones que pasaron por mi cabeza; las noticias de México y el mundo ayudaron a hundirme más, no puedo creer que seamos inmunes ante tanta atrocidad. Los refugiados y sus historias me conmovieron hasta las lagrimas, los gobiernos europeos cerrando sus puertas me provocaron mucha rabia, cada noticia de abuso y de impunidad que llega de México me deja hecha polvo. Se que las noticias son cada día pero anoche estaba tan vulnerable y sensible que me revolcaron. Es como estar en el mar con el vaivén de la olas y de pronto viene una grande que no te esperas y te golpea y te da vueltas y sientes que te ahogas.

No dormí ante tanto dolor, el mío físico y emocional, el de la gente ignorada y pisoteada, el del mundo entero que se ha convertido en un monstruo salvaje y cruel.

La noche de anoche me recordó a una noche en un hotel en Francia cuando hice mi primera rodada en Europa hace muchos años, era el final del primer día de la rodada, iba sola y no encontré hotel porque había una convención, todo el pueblo estaba a tope y no existía el bendito booking que tanto me ha ayudado en este viaje. En ese entonces me pegaban otras cosas que ni siquiera entendía bien, solo me asaltó ese ataque y no sabía ni siquiera que era lo que me sucedía. Ahora estoy consciente, tengo más edad, más experiencia, quizá más seguridad o más cinismo, no lo sé. Lo de anoche NO fue un ataque de pánico, lo de anoche fue tocar mi realidad y mi sensibilidad. Me ahogaba en mi propio llanto y pensé en levantarme a vomitar pero el baño era tan diminuto que ni siquiera eso sería cómodo. Opté por respirar. A las 5 de la mañana decidí que no podía quedarme en ese mierda de hotel que había elegido por ahorrarme 20 euros. Esperé a que amaneciera y bajé a la recepción con ganas de largarme inmediatamente, no había nadie, descubrí un interfón con un timbre, nadie respondió. Mientras esperaba pensaba que estaba loca, no sabía a donde ir, no tenía idea de que dirección tomar o en donde meterme, lo único que tenía claro es que no quería estar ahí. Por fin llegó una señorita, le entregué la llave y me subí a la moto como pude, tuve que hacerlo del lado derecho para evitar apoyar el pie que falseaba y me dolía.

Di vueltas por la ciudad, me pareció triste, no creo que Clermont-Ferrand sea una ciudad particularmente triste, era más bien mi condición que la reflejaba en cada ladrillo, me topé con un McDonald's y un letrero que decía "free wifi" pero estaba cerrado, faltaba media hora para que lo abrieran. Esperé con un poco de frío y me entretuve limpiando el casco y leyendo un sitio turístico sobre la zona en la que me encontraba. Por fin pude entrar y esperar adentro a que se hiciera la primera jarra de ese café tirando a malo pero que a mi me supo a gloria. Me conecté a su "free wifi" y después de 3 horas y media y 4 cafés salí de ahí con una ruta definida en mano y con una reserva de hotel en un pueblo pequeñito en medio del parque natural de los volcanes de Auvernia. Busqué pueblos y paisajes en la zona y tracé la ruta con el propósito de encontrar un poco de calma, de alejarme de todo y de todos.

Tomé carretera despacio y con cuidado, estaba consciente que mi condición para manejar no era la mejor, sin embargo sentía la necesidad de moverme, no quería quedarme en esa lugar o más bien en ese estado. A veces el cambiar de lugar ayuda a resolver algunos conflictos o por lo menos algunas sensaciones. Lo fui comprobando con cada kilómetro que me alejaba de la ciudad y me adentraba a la naturaleza. Cada metro avanzado me regalaba un centímetro de claridad, mi cabeza seguía girando en torno a mil preguntas: ¿Qué voy a hacer? ¿Qué quiero hacer? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué es con lo que no puedo? ¿Cuánto tiempo necesito para tomar las decisiones adecuadas sin sentir que me apresuro? ¿Cómo voy a resolver los conflictos que me rodean, los que me he provocado y los que me han llegado de sorpresa? ¿En dónde me siento cómoda? ¿En dónde se refleja mi dolor? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué no puedo hacer? ¿Cuáles son mi retos? ¿Cómo puedo pasarlos? ¿Quiero pasarlos? y un sinfín de etcéteras.

Mientras pensaba y me preguntaba recorrí algunos lagos, subí varios cerros, seguí varios ríos y me topé con pueblos pequeños y pintorescos. En uno compré quesos de la región y decidí hacerme un picnic para seguir en la contemplación.

Después de rodar entre volcán y volcán llegué a Égliseneuve-d'Entraigues, un pueblo en medio de este parque natural que tiene 400 habitantes, me parecen muchos para lo pequeño que se ve el pueblo. Aquí se encuentra el hotel que reservé para esta noche.

Es una casona vieja del pueblo, con unas habitaciones amplias y camas súper cómodas, estuve tentada a quedarme más de una noche pero cojeando sin poder caminar mucho y con una conexión wifi débil me iba a sacar los ojos, maldito internet que me ha esclavizado tanto. No tenía ganas de leer, lo intenté pero no me concentraba así que descarté cualquier posibilidad de entretenimiento más allá de contemplar el paisaje desde la terraza del pequeño restaurante.

Cuando empezó a oscurecer subí a mi habitación y me senté a escribir. En estas casas viejas se oye todo y mis vecinos más cercanos son dos adolescentes alemanes ruidosos que azotan la puerta de su habitación, lo bueno es que ya bajaron a cenar y yo espero estar dormida para cuando regresen, mis otros vecinos son los muertos del cementerio del pueblo y las vacas del cerro que está justo en mi ventana. El pié está empezando a deshincharse aunque sigue morado, parece que mi estado alterado va desapareciendo y empiezo a pensar con más claridad, no se si son las vacas o los muertos los que me dan esta paz.

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