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50 Años

  • Foto del escritor: Laura Iñigo
    Laura Iñigo
  • 3 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 4 abr 2020


Cuando era una niña pensaba que a los 50 años tendría nietos y sería una abuelita feliz. A esa edad tenía claro que me gustaban los niños y mi plan consistía en estudiar pedagogía.

A los once años se me ocurrió montar mi primer negocio, era un agosto caluroso y teníamos una casita de muñecas en el jardín con luz eléctrica, un salón pequeño y una barra con banquitos. Me pareció el lugar perfecto para darle cursos de verano a niños pequeños de no más de 5 años. Le pregunté a varias vecinas si querían dejarme a sus hijos unas horas para que dibujaran, aprendieran juegos y manualidades a cambio de una cuota, ellas aceptaron encantadas. En ese entonces ignoraba lo valioso que es el tiempo a solas para madres de niños chiquitos. De haberlo sabido les hubiera cobrado el doble.

Cuando estaba a punto de cumplir doce años mis intereses cambiaron. Mis padres me enviaron a Washington para estudiar inglés, en ese año me visitaron mi madre y hermana, tomamos un tren y fuimos por primera vez a Nueva York, ahí descubrí mi gusto por la fotografía y cuando pasamos frente al New York Times decidí ser periodista y trabajar ahí. Me veía a los 50 años con nietos pero viviendo en Nueva York y escribiendo para ese diario que todavía no compraba Slim.

A los 17 años ya tenía un grupo sólido de amigos, de esos que son para toda la vida aunque los dejes de ver por años o se vuelvan unos extraños por diferentes circunstancias. En plena adolescencia y con ese espíritu rebelde y aventurero que me ha acompañado toda mi vida, decidí irme a Europa trabajando en un barco. Mi primera gran desilusión de género me cayó de repente encima, no era posible para una mujer hacer semejante cosa. -Es peligroso y no se acostumbra- me dijeron todos. Con gran impotencia decidí irme a una playa en el Mar de Cortes, lejos del Atlántico, ese océano que no podía cruzar por ser mujer y no tener dinero. Trabajé como fotógrafa para un periódico y me dieron la oportunidad de escribir pero en aquel entonces mi energía estaba concentrada en aprender el arte del windsurf. En ese lugar conocí mucha gente, algunos me ayudaron mucho y nunca los olvidaré, no los veo muy seguido pero siguen estando cerca, ahora más con el facebook que te aleja de los amigos cercanos y te acerca a los amigos que viven lejos.

En la playa y con una vida por delante, empecé a cuestionarme si quería o no tener hijos pero me pareció muy precoz decidir a esa edad así que opté por seguirme viendo en un futuro con nietos, ahora en Baja California, como una abuela relajada y bronceada.

Un par de años después me fui a Estados Unidos, estudié producción, me casé y descarté el tener hijos. Me imaginé cuidando y visitando al único sobrino que tenía en ese entonces. Con los años me di cuenta que tenía pocos amigos en ese país, aprendí que la vida de migrante, aunque sea privilegiada, es una vida solitaria y llena de nostalgia. Esta fue mi experiencia y sé que la comparto con muchos extranjeros que viven o vivieron en el país del norte. También conozco muchos que se han acoplado muy bien e incluso han olvidado el español.

Cuando regresé a México, separada y sin dinero, pensé que sería muy complicado empezar de nuevo pero gracias a las amigas de la escuela y los nuevos amigos que fui haciendo, todo fue muy sencillo y recuperé mi felicidad en poco tiempo. Para entonces ya no pensaba en hijos, mi lado materno se fue alimentando de los hijos de mi hermana que además eran mis vecinos.

Empecé un nuevo negocio, conocí mucha gente, hicimos fiestas continuas, había una cada semana. Éramos jóvenes, a los 25 años puedes desvelarte hasta el amanecer y luego ir a trabajar sin consecuencias. Es cuando puedes combinar el trabajo y la diversión al extremo. El regreso a México fue una buena decisión que no solo me permitió hacer lo que me gustaba sino que me regaló muchos amigos y me permitió gozar de mi familia.

Pasó el tiempo y el año pasado, en el umbral de los 50 años, decidí cumplir con algunos sueños que tenía en una sala de espera. Me fui a dar una vuelta en moto por varios meses y me senté a escribir. Dos cosas que no aparecían en mis planes de vida y que sin embargo ahora me han dado muchas satisfacciones, así es esta vida, te da un giro y te va dando lo que menos esperas. En la escuela o en la casa no te preparan para estos vuelcos. De pronto te topas con la mortalidad cuando se mueren amigos queridos a temprana edad, también conoces la traición cuando un amor te engaña o un socio te roba. En los momentos duros reconoces a los amigos y su solidaridad. Aparece el orgullo y la presunción cuando ves a tus sobrinos ya como adultos responsables y llenos de ilusiones. Te rindes ante las lágrimas del desamparo y de agradecimiento que se combinan cuando tus padres se mueren. Asumes el dolor de no haber pasado más tiempo con ellos. Pero también reconoces el amor en donde se entrega todo y aprecias el que te llene esos huecos que jamás imaginaste cubrir.

Los 50 años han llegado y yo me quedo con la satisfacción de haber cumplido con algunos de mis sueños, de no haber seguido otros y sobre todo de tener muchos amigos de diferentes edades y gustos. Tengo viejas y nuevas amistades, a unos los he querido siempre, a otros apenas los estoy conociendo pero me da la impresión que serán buenos amigos, nunca es tarde para conocer gente nueva y formar nuevos lazos, todos nos enriquecen. Siempre he dicho que en el campo de la amistad soy todo terreno, así que fue un sueño tener a casi todos mis amigos en un mismo lugar al lado de mi familia festejando. Me considero afortunada de poder celebrar mis 50 años con todos ustedes. Me siento muy agradecida con tantas muestras de cariño y me conmueve el esfuerzo que algunos hicieron para llegar. A los que me acompañaron, muchas gracias. A los que no pudieron se les echó en falta. A todos los quiero y espero seguir celebrando cada cumpleaños con ustedes.

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