El nudo del dolor
- Laura Iñigo
- 3 jul 2016
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 4 abr 2020
En algún momento el nudo del dolor aparece debido a diferentes circunstancias, es tan fuerte que nadie sabe donde acomodarlo ni como desatarlo, el cuerpo no resiste la presión y se protege, se manifiesta de varias formas, a veces con llantos inesperados que provienen de una angustia inexplicable, otras con mareos y vómitos o con gritos y golpes, depende el individuo y la capacidad que cada uno tiene para lidiar con las putadas que la vida te regala.
Ante el dolor, la frustración toma el papel protagónico y decide invadir el escenario. La tolerancia a este sentimiento varía, no siempre se tiene la capacidad de minimizarlo hasta soltarlo. En ocaciones se instala en los huesos y se queda royéndolos por mucho tiempo. No hay fórmula que los separe, se aferran con la mandíbula bien apretada, tal como un perro hambriento.
La sombra acechadora se manifiesta ante lo imposible, a la incapacidad de repetir un evento o compartir un abrazo. Lo que pensabas que podía ser ya no será y todo se colapsa, no hay manera de seguir adelante, no tienes más remedio que parar y ver los momentos que pudieron ser a lo lejos, detrás de las montañas, a través de un océano o más allá de esta vida.
Quieres llorar, patalear, gritar de coraje, golpear una pared, nada ayuda a sacudirte la angustia que se arremolina y que solo puedes dejarla escapar a base de pequeños suspiros que son inevitables o inconscientes.
La inmensa tristeza se va hundiendo en un mar de dolor y el oleaje de la culpa que va y viene te llena de preguntas. ¿Qué podía haber hecho que no hice? ¿Hasta donde podía haber evitado lo sucedido? ¿Cuándo empezó la decadencia y porqué no me di cuenta? ¿Qué más puedo hacer? ¿En qué lugar me pongo y en dónde coloco este remolino?
Ahora toca deshacer el nudo o por lo menos ignorarlo hasta que tengas la paciencia y la paz para trabajarlo, mientras tanto hay que abrazar, consolar, llorar, suspirar y recordar soportando la tristeza, la angustia y la incertidumbre que suelen acompañarla.
La rabia y la impotencia te asaltan cada vez que te descuidas y quieres llorar y patear y correr para ver si logras sacudir el nudo hasta aflojarlo, no puedes cortarlo porque es como si negaras todo lo que sientes y esa no es la manera de andar el camino.
La vida sigue, la muerte también. Navego ante la nausea que me provocan los pensamientos aberrantes de querer seguir con la vida, de no permitir que todo se pare ante la muerte, el nudo no es el de la horca y aunque sea resoplando hay que continuar. La vida es también la muerte, el instante, el lugar, el polvo, el olor y el sonido de la ausencia. No se puede evitar el sentimiento de frustración que se huele y se escucha en cada suspiro, va acompañado de dolor que no se irá aunque desatemos el nudo, pero las celebraciones con vino permiten por lo menos darle rienda suelta a las lágrimas acumuladas, a la rabia sometida, a la tristeza ante lo que se aparentaba ser y lo que verdaderamente era. A brindar por la simulación que se convierte en el único poste en el que se aferran los barcos a través de sus nudos para no naufragar.
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