Primera semana
- Laura Iñigo
- 29 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 7 abr 2020
No hay ansiedad en los primeros días. La vida ha transcurrido en esta semana con mucha normalidad. Tengo 4 años de experiencia en trabajar desde casa, eso me da cierta ventaja, aunque en los dos últimos años me he aficionado a hacer vida de barrio, a caminar al súper, al mercado, a tomar el transporte público, todo lo que ahora me parece un lujo.
He seguido con rigidez el #QuédateEnCasa y no he salido ni a correr, esto sí me hace falta pero cumplo a rajatabla con las indicaciones de las autoridades en la materia.
Siento una inquietante expectativa por lo que va a pasar, me gustaría socializar más para dejar de leer noticias y publicaciones macabras. Intento elegir muy bien lo que leo pero las conspiraciones y notas amarillistas más la furia de la oposición que no se cansa de promover odio a lo que da, me invade.
He tenido una videollamada social con amigas de Nueva York y me distraigo por un rato. No puedo evitar pensar en los Supersónicos y sus llamadas en pantalla, eso que veíamos muy futurista es ahora un medio de comunicación popular y muy común y ya desde hace unos años. En estos días ha tomado otra dimensión, no dudo que tome más fuerza ahora que estamos encerrados.

Fue semana de taller. Normalmente es presencial, sabía que sería virtual al estar en México pero nunca pensé que todos estuvieran conectados desde su casa. Es curioso tomar un taller vía remota y a 10,000 kilómetros, otra vez la bendita tecnología.

Si no fuera por el zoom, el house party o el hangouts y por el Netflix, Prime Video, HBO ¿Qué sería de nuestras pobres almas? Pienso en lo que sienten los ancianos cuando ya no pueden leer porque la vista los ha abandonado, cuando ya no escuchan casi nada, cuando no pueden salir a caminar y se sienten aislados sin nada que los entretenga. Uff empieza a crecer un poco de ansiedad dentro de mi, mejor me pierdo en las redes o leo los múltiples mensajes del grupo del edificio que esta semana ha estado muy movido, les contaría más pero me temo que siempre hay espías y gente que no quiero que sepa más de estos momentos, insólitos también, que hemos vivido en la comunidad condominal. Incluso aquí nos jode mantener la #SusanaDistancia, no nos deja convivir con nuevas amistades o votar para iniciar cambios.
Por todos lados se siente la distancia social y después de no haber estado aquí por más de un año duele el dejar de disfrutar a los amigos y a la familia que no has visto en tanto tiempo.
Vamos viendo el encierro de varios días en España, nos alarmamos con la cantidad de contagiados y de muertes tanto ahí como en Italia. Aquí llevamos varios días escuchando al Subsecretario de Salud y ayer 28 de marzo, por primera vez, le noté un gesto de cierto miedo, quizá estaba cansado, pero no dejó de repetir el #QuédateEnCasa.
Hoy vemos que Nueva York empieza a tener una cantidad alarmante de contagiados y empieza a ascender la famosa curva. ¿Cuánto falta para estar igual o peor aquí? La pregunta se vuelve más frecuente y la angustia crece alimentada por la expectativa y las estadísticas.
No es que no supiera de la gravedad del asunto a la semana de haber llegado, ya era alarmante el número de muertos en Italia y eso fue hace 3 semanas, pero hay cosas que cuando no las ves de primera mano pierden su dimensión, y ojo, no su importancia. Tu sabes que hay una guerra en algún lugar pero no la estás sufriendo y eso no es lo mismo.
Empezamos a crear ciertas rutinas naturalmente, cocinamos diario y en mi afán de no aburrirme le prendo fuego a la salsa de tomate para una pasta. No es necesario pero me divierte. En esta casa se toma muy en serio la gestión del mamey para que dure toda la semana y termine en un licuado matutino. Al ejercicio lo despreciamos pero yo intento subirme a la elíptica y no termina de gustarme.
Nos dimos tiempo para ver una película en el proyector y la disfrutamos muchísimo, si no la han visto la recomiendo, se llama Le Bal (1983) de Ettore Scola.
De vez en cuando nos servimos una copita porque tampoco queremos perder esta costumbre, lo bueno es que no lo hacemos a solas y a escondidas.
También observamos con curiosidad el escaso crecimiento de un dinosaurio que se supone crecerá tan exponencialmente como este virus que nos tiene confinadas.
Hay mucho tiempo en el que intentamos no cruzarnos. El convivir todo el día, a todas horas con otra persona, por más que la quieras, es un reto, me alegro de estar acompañada, eso no lo duden, pero saben muy bien que no es fácil. De todas formas no me quejo, puedo quedarme en casa y hacer ejercicio y comer y sobrevivir esta guerra sin que me falte nada, pero ¿Y lo que viene? La ansiedad ya llegó y no tiene mucha intención de irse pronto.
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